YO VOTO POR EL MUERTO»

Era domingo de elecciones en el pueblito andino. Tenían que elegir alcalde. Y como siempre ocurre cuando hay elecciones, había un inusitado entusiasmo entre el pueblo: banderas, vítores, pancartas y retratos de candidatos.
Cuando los comicios revelaron el resultado, quien ganó la elección en aquella aldea de los alpes andinos fue el candidato Gustavo Ramírez. Pero había un problema. Gustavo Ramírez había fallecido de una enfermedad broncopulmonar dos semanas antes de las elecciones, y los familiares no habían dado aviso de su muerte. Los partidarios habían votado por un difunto.
En los pueblos pequeños sucede que no siempre hay una clara comunicación. Con don Gustavo Ramírez pasó eso. Murió, lo velaron, lo enterraron y a alguien se le olvidó dar aviso. Quien había salido electo ya no vivía.
A veces a nosotros nos ocurre algo similar. Sin darnos cuenta, estamos votando por algo muerto. El primer ejemplo que viene a la mente son los que cada viernes, no bien cobran el salario de la semana, entran a una cantina a elegir botellas. ¿Acaso no representa esto la muerte del cerebro y de la voluntad?
¿Y qué de los que temprano, tanto temprano en el día como temprano en la vida, comienzan a usar cocaína y a inyectarse heroína? ¿Acaso no están éstos indicando que prefieren lo que llega a ser la muerte de la conciencia y de la moral?
¿Y qué de los que descuidan sus responsabilidades matrimoniales, tales como los maridos infieles que han echado por la borda toda promesa de amor y fidelidad? ¿Acaso no están éstos dando un voto por la muerte de esa unión que comenzó con ideales eternos?
Y por último, ¿qué de los que votan por la muerte espiritual? Estos son los que, haciendo caso omiso del constante llamado de Dios, no aceptan el perdón divino sino que mueren en sus pecados sin Dios y sin esperanza. ¿Acaso no están éstos dando su voto a favor de su propia muerte eterna?
La respuesta en todos estos casos es: «Sí». Con nuestra indolencia y nuestra irresponsabilidad estamos votando a favor de la muerte física, la muerte moral y la muerte espiritual. Y en todos estos casos la muerte es la nuestra.
Dios no nos creó para que muramos sino para que tengamos vida. Y aunque es cierto que el cuerpo regresa al polvo de donde fue tomado, nuestra alma, nuestro ser, nuestro fuero interno, puede vivir para siempre. Jesucristo dijo: «Yo he venido para que tengan vida.... El que cree en mí vivirá, aunque muera» (Juan 10:10; 11:25). Si creemos en Cristo, viviremos.




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